lunes, 22 de noviembre de 2010

Apreciaciones sobre los fragmentos de la vida de Juan

Esta vez había sido peor que todas las anteriores, juntas. Era como una humedad amarga, una niebla, que se metía por todos lados, por los poros, los ojos, la boca. Era opresiva. No dejaba pensar, inmovilizaba. Y la gente se iba esfumando, perdiendo, en esa mugre que impregnaba todo y a todos. Juan estaba acostumbrado a ciertas cosas, o eso creía. Pero se dio cuenta que esta vez era distinto. Alguien había decidido saltarse ciertas formalidades y estaba arrancando las páginas del libro. Capítulos enteros, decididamente.”

Tuve dos dificultades para trabajar la idea que encierra este párrafo. En primer lugar, cómo expresar aquello de que las desapariciones son cómo historias (por las vidas de las personas) arrancadas (violentamente) de una historia común. Y luego, jugar con la idea de que Juan se “sale” de la historia al escapar, se pierde, quizás lo encontremos en otro capítulo, más adelante en el libro de “la historia”.

En segundo lugar, no encuentro como retratar el ambiente que él vive. El único punto de apoyo seguro que tengo, es en el contraste con todos los conflictos anteriores vividos por el personaje, más “clásicos”, más “a la luz del día”. Esto es distinto: es algo que viene por todos y por todo, que pega abajo, por detrás, que lo deja a uno indefenso. Que genera miedo de verdad. Como el del tucumano.

“Otro que andaba por ahí era un tipo grande, no demasiado viejo pero ya entrado en años. No tenía pinta de ferroviario y Juan no había sabido en principio de dónde había salido. Tampoco era cuestión de andar haciendo preguntas sobre quién era quién y qué andaba haciendo cada uno por ahí. Dalmiro se ocupó de despejarle las dudas. El tipo se llamaba Almada y era jubilado. Había trabajado de maquinista naval. El gobierno tenía 200.000 ferroviarios de paro, pero había decidido hacer andar los trenes como fuera. Para eso, necesitaba reclutar a cualquiera que hubiera manejado algo en su vida. No le alcanzaba con el personal jerárquico y algún que otro carnero. Parece que había decidido contratar a los maquinistas navales, pagándoles casi un tercio de su sueldo por día si hacían andar las locomotoras. El tipo este, decía Dalmiro, le había contado que los navales se habían rehusado a traicionar la memoria de Guillermo Brown (aunque el sepulturero decía no tener idea de quién era ese fulano) y que habían rechazado el dinero. Así que Frondizi recurrió a los jubilados del gremio. Parecido (o peor) resultado debió haber tenido, porque ahí nomás tenía, del otro lado de las brasas, a uno de ellos. Mientras escuchaba a Dalmiro que le contaba bien bajito todo esto, miraba al tipo de reojo, que silencioso y calentándose las manos cada tanto, escuchaba a Diego leer una noticia en voz alta.”

Me gusta el personaje del marino, pero no se si sirve en esta situación, quizás “sobre”. Por otra parte, la descripción que quiero hacer de él es esa, pero no de esa forma. Lisa y llanamente, el párrafo me genera rechazo.

“No era que no lo hubiera estudiado, o que en el Partido no se lo hubieran explicado. Estaba clarito como el agua, pero por alguna razón no dejaba de sorprenderlo. Juan sentía una pizca de orgullo en medio de esa sensación de tragedia inminente que le venía creciendo desde hacía meses en el estomago. Cada vez más, les hacía falta movilizar a las Fuerzas Armadas para contener a los trabajadores. Algo se venía: lo olía en el aire.

¿Pero acaso no lo había comprobado ya, hacía años, cuando lo de Larkin? ¿No había sido, en aquél entonces, un militar el encargado del diseño de todo el plan? No habían enviado un ingeniero, un economista o un científico. Habían enviado un general. El General Larkin. Para aplicar un proyecto económico, los norteamericanos habían enviado un militar. Algo se debían imaginar, vamos. Y en los talleres Pérez de Rosario, habían empezado a vislumbrar, apenitas, lo que iban a tener que enfrentar.”

Este es uno de los episodios que más dudas me causó. Casi roza el panfleto, y es justamente en lo que no quiero convertirlo. El problema es que fue exactamente eso lo que ocurrió. ¿Cómo retratar a cincuenta locos que rajan a bulonazos de un taller a un general norteamericano? Cincuenta locos muy decididos, eso si. Pero muy comunes, también. No son cincuenta guerrilleros. Son cincuenta ferroviarios, que además son padres, vecinos, compañeros de futbol, hinchas de Rosario Central, esas cosas.

Por una lado está bien enmarcado, anticipa la tragedia del Golpe recordando otros sucesos. Por otra parte me resisto a la óptica “militante” de este Juan. El problema es, nuevamente, que Juan es eso: un militante. Y más para esas fechas. También necesité cambiar algunos detalles del final del episodio, pero más que nada por cómo me “sonaban” las oraciones.

“Así que allí estaban, con todos los vecinos que habían podido encontrar, chupando frío en la canchita del San Marcos, con el intendente tratando de conciliar las partes, mientras sudaba océanos, un ejecutivo traído de quién sabe dónde, que hablaba de rentabilidad, déficit fiscal, reestructuración del sistema de transporte y actualización de infraestructura obsoleta, y un par de militares con cara de que la cosa iba en serio, por si a alguno le quedaban dudas. El intendente sabía que nadie se iba a parar delante de todos a delatar donde se escondían los prófugos (que por otra parte eran sus propios vecinos), pero sí podía intentar quebrar el apoyo de los habitantes de San Marcos a la huelga. El pueblo venía mal hacía un par de años y un plan de obras públicas (el intendente creía que de eso se trataba, al fin y al cabo, todo el asunto) reflotaría la situación. Pero para eso, era necesario el plan de reestructuración. Y con esta idea en la mano, venía dale que dale hacía más de una hora.”

Después de leerlo y releerlo, me di cuenta que el ejecutivo sobra: su papel lo puede interpretar el alcalde. Así, directamente. También continué revisando el texto del episodio en general, tratando de darle la dinámica apropiada para que el final sea “ese” final, con el Vasco desafiando al (ahora) alcalde.

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