sábado, 1 de mayo de 2010

El jesuita y el cuis

Entre las ruinas de una ciudad, vivía un jesuita. Por las noches, veintiún buitres lo sobrevolaban: algo intuían. A pesar de andar medio viudo de fe, el monje no se dejaba influir por las aves y rehuía el suicidio. Cada día, desafiaba el guión escrito por el demiurgo que había destruido, gratuitamente y sin juicio alguno, la ciudad que sus manos habían construido. Con la primer luz diurna, se despertaba, se colocaba con cuidado su sombrero marroquí y como un saltimbanqui, con cuidado y casi sin hacer ruido, cruzaba los escombros de la ciudad inundada por el agua del acuífero. Se sentía tranquilo, con esa tranquilidad que solo tienen los oriundos de un lugar, aunque haya quedado en ruinas

A veces, un cuis lo miraba desde una roca. El jesuita le silbaba como un ruiseñor, pero el animalito siempre huía. Un día, mientras el agua fluía por sus pies, sentado en uno de los ríos formados por la inundación, sintió que el cuis se le había acercado. “Aquí”, le dijo mientras le daba un pedazo del pan que había incluido en su equipo antes de salir de caminata. “Un pequeño triunfo”, pensó.

Y a partir de ese día, lo llamó Luis.

martes, 27 de abril de 2010

La vaca de metal. Crónica Cultural

El sol ya estaba cayendo cuando decido entrar. Me recibe una vaca (¿O es un toro?) gigante de metal. Recuerdo que olvido traer la libreta de estudiante que me podría hacer pasar gratis y pago mis 15 pesos de entrada y los de mi acompañante, una extranjera que viene a ver de qué se trata todo esto. Doy algunas vueltas por un vallado de tipo recitalero y paso por un arco adornado con las banderas de algunos países. Empieza el alfombrado. Cuando creo estar dentro, me sorprende un impasse: es la antesala, un lugar donde varios multimedios han decidido desempolvar algunos pergaminos y mostrarle al mundo su vocación humanista y su compromiso con la libertad de prensa a lo largo de su Historia. En algunas esquinas podría tomar café, y escuchar música en vivo en un pequeño escenario auspiciado por uno de estos medios. Pero no me detengo, vine por otra cosa, así que sigo caminando.

En el siguiente pabellón me chocó con una construcción enorme, con pantallas, figuras de cartón tamaño real y mucho, pero mucho celeste y blanco. El espíritu del Bicentenario me envuelve, mientras observo los dibujos de Caloi en las paredes que se mezclan con las citas de algunos próceres. Mientras trato de encontrar la relación, me llama la atención la mesita del Ejército Argentino. Dos jóvenes de impecable uniforme reparen folletos y custodian una pequeña estantería con material bibliográfico sobre las fuerzas armadas. Pocos se acercan, y eso que bien visibles, sobre la mesa, hay dos libros: no logro entender bien los títulos, pero claramente resaltan las frases “Malvinas” y “Derechos Humanos”. La Fuerza Aérea parece que no vino y la Armada le dejó su lugar a la Prefectura Naval, cuyos representantes muestran contentos numerosos equipos de buzo a un grupete de curiosos bastante numeroso. Los del Ejército los observan, infantiles y un tantito celosos. Siento un poco de ternura al verlos.

Continúo mi camino. Un mapa-pared me indica que esto está dividido en pabellones de colores, por temas y zonas de interés. Terminaré el recorrido sin haber entendido cómo es la división y sin que los mapas-pared me sirvan de mucho. Trazo un recorrido al azar y encuentro algunas artesanías, un local de música, varios bares y una zona de juego para chicos.

- ¿Y los escritores? - me recuerda mi acompañante.

- ¿Qué escritores?

- Los escritores, que vienen a presentar sus libros y a charlar con la gente. ¿Esto no es la Feria del Libro?

Cierto. Y además, no cualquier feria, sino la feria. Y no cualquier libro, sino el libro. Pero esto no es una feria de escritores. Ellos ya tienen su feria, aunque no se bien dónde pueda llegar a ser eso. Esto es la Feria del Libro. Que no es lo mismo que una feria de libros. Aquí El Libro lo es todo. El Libro, no lo que dice dentro, ni quién lo escribió ni el asunto ese de leer. El Libro es el objeto. Y un Objeto tiene que ser bonito, con colores, en una bella vitrina, y un bar cerca no vendría nada mal. Aunque de tanto bar, stands de canales de tv, embajadas de países y demás, esto bien podría ser una feria con libros.

Bajo la mirada y, ahora sí, comienzo a ver las góndolas donde descansan los libros. Cada editorial tiene la suya, donde sobre-expone su mejor libro, el más comentado, el de tapa más vistosa. En los stands de las editoriales más chicas, con temáticas más específicas, se respira otro aire, hay un poco de calma, uno siente que busca un libro que llevarse. En Grupo Planeta, Santillana y otras tantas, el olor a nada, a aséptico, es insoportable. Huyo a curiosear en el local de Brasil, pero por cada librito de autor brasileño, hay 2 cuadernos de fotos de playas, una guía de turismo, un compendio de platos regionales del amazonas (también para turistas) y una postal con la cara de Lula que me mira sonriente con cara de abramos una Brahma.

Mientras voy buscando la salida, me doy cuenta de haber visto tres grandes grupos (o tipos) de libros. Por un lado, los Libros Para Ayudarse Uno Mismo, indefectiblemente con tapas color amarillo o verde manzana y títulos como “El combustible espiritual” o “Las enseñanzas de la marsopa”. Después podemos encontrar los Setentistas, montañas de libros, algunos viejos reeditados y otros nuevos sobre temas reeditados, que abordan temas que van desde peronismo, la guerrilla, la dictadura a la democracia en la actualidad, testimonios, las Madres, la biografía de John William Cooke, más testimonios, Frondizi y la historia nunca contada de tal o cual Grupo de Tareas, o los negocios y negociados de los multimedios. Todo con una mística que se palpa en la solapa. Por supuesto, es todo una conspiración de este gobierno montonero y comunista y su teoría gramsciana de hegemonía cultural y política. Y para corroborar esto, dentro del grupo existe también, claro está, la contra: escritores, periodistas, políticos desbancados, bancados o hasta banqueros, con una amplia bibliografía para corroborar mi sospecha. El último grupo es el de los Hijos No Reconocidos de Dan Brown, quien sigue dándole de comer a más de uno. Los hijos del Temple, El secreto de los Templarios, Los Templarios Secretos, El secreto del Grial, El Grial del Templo, El templo del Grial, El misterio de los caballeros del Templo del Grial… la lista es interminable. Novelas, biografías, ensayos, “investigaciones”, etc. Un revival del medioevo que no tiene fin. Furor total.

Los padres dejan a sus hijos en la sección de juegos, auspiciada por una marca de sopa instantánea. La madre va a tomar un café al bar mientras el padre sale a un espacio abierto a fumar un cigarrillo, mientras una promotora de algo le da cualquier cosa. Hay un viejito que da una charla para cinco personas en el stand de la provincia de Santiago del Estero. Creo entender que presenta un librito sobre las costumbres de allá. Miro los rostros de las cinco personas. Son las únicas personas (salvo el último, que tiene cara de aburrido) que junto con el viejito, veo disfrutar.

Huyo por la puerta por la que entré. Se que estoy exagerando, que si mirara un poco más, encontraría algo de mi interés. Pero no, no hoy. La vaca de metal sigue en la misma posición, tal vez un poco más burlona.

Había una oferta de libros para chicos, con dibujos grandes y colores: tres libros por 25 pesos. Pensé en mi ahijado, hace mucho que no lo veo. Decidí llevarle El Corsario Negro, Moby Dick y La isla del tesoro. Me gusta el mar, siempre tiene historias que contar.

lunes, 26 de abril de 2010

"El peatón", Ray Bradbury (Fragmento)

"-¿Su nombre?- dijo el coche de la policía con un susurro metálico.
Mead con la luz del reflector en los ojos no podía ver a los hombres.
-Leonard Mead- dijo.
-¡Más alto!
-¡Leonard Mead!-
-¿Ocupación o profesión?-
-Imagino que ustedes me llamarían un escritor.
-Sin profesión- dijo el coche de la policía como si se hablara a sí mismo.
La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.
-Sí, puede ser así - dijo.
No escribía desde hacía años. Ya no se vendían libros y revistas. Todo ocurría ahora en casas como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.
-Sin profesión- dijo la voz de fonógrafo, siseando - ¿Qué estaba haciendo afuera?
-Caminando- dijo Leonard Mead.
-¡Caminando!-
-Sólo caminando- dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.
-¿Caminando, sólo caminando, caminando?
-Sí, señor.
-¿Caminando a dónde? ¿Para qué?
-Caminando para tomar aire. Caminando para ver.
-¡Su dirección!
-Calle Saint James, once, sur.
-¿Hay aire en su casa, tiene usted un acondicionador de aire, señor Mead?
-Sí.
-¿Y tiene usted televisor?
-No.
-¿No?
Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.
-¿Es usted casado, señor Mead?
-No.
-No es casado - dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.
La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y silenciosas.
-Nadie me quiere - dijo Leonard Mead con una sonrisa.
-¡No hable si no le preguntan!
Leonard Mead esperó en la noche fría.
-¿Sólo caminando, señor Mead?
-Sí.
-Pero no ha dicho para qué.
-Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.
-¿Ha hecho esto a menudo?
-Todas las noches durante años.
El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que zumbaba débilmente.
-Bueno, señor Mead - dijo el coche.
-¿Eso es todo? - preguntó Mead cortésmente.
-Sí - dijo la voz - Acérquese. - Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela trasera del auto se abrió de par en par - Entre.
-Un minuto ¡No he hecho nada!
-Entre.
-¡Protesto!
-Señor Mead.
Mead entró como un hombre de pronto borracho. Cuando paso junto a la ventanilla delantera del coche miró dentro. Tal como esperaba no había nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.
-Entre.
Mead se apoyó en la portezuela y miró el asiento trasero, que era un pequeño calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Oía a antiséptico; olía a demasiado limpio y duro y metálico. No había allí nada blando.
-Si tuviera un esposa que le sirviese de coartada - dijo la voz de hierro - Pero...
-¿A dónde me llevan?
El coche titubeó, dejó oir un débil y chirriante zumbido, como si en alguna parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos eléctricos.
-Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas."