El sol ya estaba cayendo cuando decido entrar. Me recibe una vaca (¿O es un toro?) gigante de metal. Recuerdo que olvido traer la libreta de estudiante que me podría hacer pasar gratis y pago mis 15 pesos de entrada y los de mi acompañante, una extranjera que viene a ver de qué se trata todo esto. Doy algunas vueltas por un vallado de tipo recitalero y paso por un arco adornado con las banderas de algunos países. Empieza el alfombrado. Cuando creo estar dentro, me sorprende un impasse: es la antesala, un lugar donde varios multimedios han decidido desempolvar algunos pergaminos y mostrarle al mundo su vocación humanista y su compromiso con la libertad de prensa a lo largo de su Historia. En algunas esquinas podría tomar café, y escuchar música en vivo en un pequeño escenario auspiciado por uno de estos medios. Pero no me detengo, vine por otra cosa, así que sigo caminando.
En el siguiente pabellón me chocó con una construcción enorme, con pantallas, figuras de cartón tamaño real y mucho, pero mucho celeste y blanco. El espíritu del Bicentenario me envuelve, mientras observo los dibujos de Caloi en las paredes que se mezclan con las citas de algunos próceres. Mientras trato de encontrar la relación, me llama la atención la mesita del Ejército Argentino. Dos jóvenes de impecable uniforme reparen folletos y custodian una pequeña estantería con material bibliográfico sobre las fuerzas armadas. Pocos se acercan, y eso que bien visibles, sobre la mesa, hay dos libros: no logro entender bien los títulos, pero claramente resaltan las frases “Malvinas” y “Derechos Humanos”. La Fuerza Aérea parece que no vino y la Armada le dejó su lugar a la Prefectura Naval, cuyos representantes muestran contentos numerosos equipos de buzo a un grupete de curiosos bastante numeroso. Los del Ejército los observan, infantiles y un tantito celosos. Siento un poco de ternura al verlos.
Continúo mi camino. Un mapa-pared me indica que esto está dividido en pabellones de colores, por temas y zonas de interés. Terminaré el recorrido sin haber entendido cómo es la división y sin que los mapas-pared me sirvan de mucho. Trazo un recorrido al azar y encuentro algunas artesanías, un local de música, varios bares y una zona de juego para chicos.
- ¿Y los escritores? - me recuerda mi acompañante.
- ¿Qué escritores?
- Los escritores, que vienen a presentar sus libros y a charlar con la gente. ¿Esto no es la Feria del Libro?
Cierto. Y además, no cualquier feria, sino la feria. Y no cualquier libro, sino el libro. Pero esto no es una feria de escritores. Ellos ya tienen su feria, aunque no se bien dónde pueda llegar a ser eso. Esto es la Feria del Libro. Que no es lo mismo que una feria de libros. Aquí El Libro lo es todo. El Libro, no lo que dice dentro, ni quién lo escribió ni el asunto ese de leer. El Libro es el objeto. Y un Objeto tiene que ser bonito, con colores, en una bella vitrina, y un bar cerca no vendría nada mal. Aunque de tanto bar, stands de canales de tv, embajadas de países y demás, esto bien podría ser una feria con libros.
Bajo la mirada y, ahora sí, comienzo a ver las góndolas donde descansan los libros. Cada editorial tiene la suya, donde sobre-expone su mejor libro, el más comentado, el de tapa más vistosa. En los stands de las editoriales más chicas, con temáticas más específicas, se respira otro aire, hay un poco de calma, uno siente que busca un libro que llevarse. En Grupo Planeta, Santillana y otras tantas, el olor a nada, a aséptico, es insoportable. Huyo a curiosear en el local de Brasil, pero por cada librito de autor brasileño, hay 2 cuadernos de fotos de playas, una guía de turismo, un compendio de platos regionales del amazonas (también para turistas) y una postal con la cara de Lula que me mira sonriente con cara de abramos una Brahma.
Mientras voy buscando la salida, me doy cuenta de haber visto tres grandes grupos (o tipos) de libros. Por un lado, los Libros Para Ayudarse Uno Mismo, indefectiblemente con tapas color amarillo o verde manzana y títulos como “El combustible espiritual” o “Las enseñanzas de la marsopa”. Después podemos encontrar los Setentistas, montañas de libros, algunos viejos reeditados y otros nuevos sobre temas reeditados, que abordan temas que van desde peronismo, la guerrilla, la dictadura a la democracia en la actualidad, testimonios, las Madres, la biografía de John William Cooke, más testimonios, Frondizi y la historia nunca contada de tal o cual Grupo de Tareas, o los negocios y negociados de los multimedios. Todo con una mística que se palpa en la solapa. Por supuesto, es todo una conspiración de este gobierno montonero y comunista y su teoría gramsciana de hegemonía cultural y política. Y para corroborar esto, dentro del grupo existe también, claro está, la contra: escritores, periodistas, políticos desbancados, bancados o hasta banqueros, con una amplia bibliografía para corroborar mi sospecha. El último grupo es el de los Hijos No Reconocidos de Dan Brown, quien sigue dándole de comer a más de uno. Los hijos del Temple, El secreto de los Templarios, Los Templarios Secretos, El secreto del Grial, El Grial del Templo, El templo del Grial, El misterio de los caballeros del Templo del Grial… la lista es interminable. Novelas, biografías, ensayos, “investigaciones”, etc. Un revival del medioevo que no tiene fin. Furor total.
Los padres dejan a sus hijos en la sección de juegos, auspiciada por una marca de sopa instantánea. La madre va a tomar un café al bar mientras el padre sale a un espacio abierto a fumar un cigarrillo, mientras una promotora de algo le da cualquier cosa. Hay un viejito que da una charla para cinco personas en el stand de la provincia de Santiago del Estero. Creo entender que presenta un librito sobre las costumbres de allá. Miro los rostros de las cinco personas. Son las únicas personas (salvo el último, que tiene cara de aburrido) que junto con el viejito, veo disfrutar.
Huyo por la puerta por la que entré. Se que estoy exagerando, que si mirara un poco más, encontraría algo de mi interés. Pero no, no hoy. La vaca de metal sigue en la misma posición, tal vez un poco más burlona.
Había una oferta de libros para chicos, con dibujos grandes y colores: tres libros por 25 pesos. Pensé en mi ahijado, hace mucho que no lo veo. Decidí llevarle El Corsario Negro, Moby Dick y La isla del tesoro. Me gusta el mar, siempre tiene historias que contar.