La historia que intento narrar parte de dos ideas, o dos grandes grupos de ideas madre. El primer grupo tenía que ver con el lugar donde trabajo, el ferrocarril. Hace tiempo que acumulo historias, datos, conversaciones, reportajes, documentales, textos, noticias, en fin, cosas que las dejo ahí, en el tintero, sin saber bien qué hacer con ellas.
El segundo grupo de “cosas” tiene que ver con lo que leí de Campbell. En el texto que leímos hay todo una especie de disección del “héroe”: qué es, qué representa, qué lo define, qué características tiene, cuál es su viaje, su ascenso, su némesis, la batalla, su glorificación y su muerte.
Leyendo lo de Campbell pensaba que en la realidad, existen esos “héroes”, esos viajes iniciáticos, esas batallas, esos ascensos, etc. No me refiero a héroes nacionales o populares, sino a gente común. El caso es que, como es la realidad, no siempre terminan glorificados y muertos. Bueno, muertos muchas veces sí, pero no es ése el caso que me interesa. En primer lugar, el “esquema” del héroe de Campbell se repite, podemos encontrarlo en la realidad, es un modelo que, simplificado a persona-recorrido-medio-obstáculos-conflicto, podemos encontrarlo en numerosas vidas, muchas veces de lo más anónimas. La relación entre el “héroe” de Campbell y su némesis, la “proporción” (o desproporción) entre él y lo que debe enfrentar, las dificultades de su viaje (pongamos por caso, un héroe griego vs. los dioses o una bestia mítica) es la misma que la que existió entre personas sencillas y ciertas situaciones o sistemas que decidieron enfrentar. El esquema “campbelliano” existe fuera de las historias griegas y dicho sea de paso, de los libros.
En segundo lugar, y como es la realidad, estos “héroes reales”, terminan mal. En el caso de resultar muertos, no suele ser una muerte que lo glorifique en los términos a los que estamos acostumbrados: posando para la foto, espada en mano, el último en retirarse. Si mueren, suelen hacerlo en lugares recónditos, lejos de la mirada de nadie, en condiciones pésimas, muchas veces apaleados y torturados. Y eso si mueren. El caso que me interesa a mí es, justamente, el de la inmensa mayoría que no lo hace. Y es donde veo una bifurcación del recorrido que hace Campbell: el héroe viejo, el que perdió la batalla, o el que ganó una pero el mundo ni se enteró (o eso cree él) y termina solo, pasando sus días sin que pase nada de lo que les suele pasar a los héroes. Termina viviendo una vida de simple mortal, cuando no lo es. Y ni siquiera tanto, muchas veces, en situaciones peores que las de sus semejantes, ninguneado por ellos. Es algo que me faltó ver en Campbell, el ocaso del héroe.
Juntando todo esto que intenté explicar, dije: quiero contar la historia de un tipo, trabajador del ferrocarril, su viaje, sus batallas y lo mal que le fue. La historia del ferrocarril es una historia de derrotas, entonces yo dije: quiero contar la historia de la derrota y el ocaso de un héroe de la realidad, no campbelliano. Para esto tengo dos problemas. En primer lugar, la duración de la historia. Por su propia naturaleza se alarga, se estira constantemente, aparecen personajes, episodios, situaciones. Hasta ahora lo tengo más o menos resuelto: un narrador que le dará un marco general a la historia que cuenta (la de Juan) y ciertas escenas de la vida del personaje que vayan marcando épocas, situaciones y momentos de su vida.
El segundo problema es el de cómo contarlo. Los episodios históricos, ciertas fechas y lugares de la historia, existen o existieron. Los nombres de los personajes, los personajes mismos, los lugares, los hechos, todo existió de una u otra forma en algún lugar y momento. Yo mezclé todo, según necesité para contar lo que quiero contar. Sin embargo, la mayoría de la información la saqué de conversaciones y charlas con gente que estuvo más o menos relacionada con estos hechos u otros similares. La transmisión de la información fue oral, con sus características propias y me resulta francamente imposible tratar de contarlo de otra forma que no sea como lo intento hacer, tratando de que sea lo más parecido a una historia que se cuenta alrededor de una mesa. Así me llegó a mí, es así como me sale contarla y creo que es el “formato” que mejor se adapta. Por eso también me gusta el texto de Pérez Reverte y su particular forma de contar la Historia. Se podría plantear una situación similar a lo que discutimos de Geertz, pero para los historiadores en lugar de los etnógrafos.
Si hace falta, aclaro algún punto más. ¡Acepto comentarios!
PD: Subí, junto con esto, las reescrituras de los fragmentos 1 y 2 (detalles que fui encontrando, más que nada), más un tercero.