lunes, 7 de junio de 2010

Un mundo en miniatura (Escrito etnográfico, primera parte)

Los estudios, aproximaciones u observaciones sobre diferentes ámbitos o terrenos suelen tener ciertos parámetros en común. Delimitaciones territoriales, el origen en común de los elementos que componen la comunidad, sus creencias, valores o costumbres compartidas, etc. son aspectos que definen al lugar como tal. Si realizamos un estudio sobre, pongamos por caso, Laguna Paiva, averiguaremos que el pueblo empieza en tal lado y termina en tal otro, que fue fundado hace casi cien años por Reynaldo Cullen y que las costumbres, hoy, de los paivenses (si es que así se llaman ellos) son estas y no otras. Todo ese conjunto de elementos nos aproximará a cómo Laguna Paiva es. Pero no a cómo Laguna Paiva hace a sus integrantes o a su territorio. Este otro tipo de recorte es una cuestión importante para estudiar, por ejemplo, al ferrocarril.

Analizaremos, en este caso, el “ex” ferrocarril Sarmiento, “ex” Ferrocarril del Oeste. El mismo une las estaciones de Once y Moreno, conectando toda la zona oeste del Gran Buenos Aires con el centro geográfico de la Capital Federal. La línea está complementada por dos ramales secundarios (no electrificados, lo cual requiere que las formaciones funcionen con locomotoras diesel) que van de Merlo a Lobos y de Moreno a Luján y Mercedes. Los mismos llegan hasta lo que se conoce como el segundo y tercer cordón del conurbano bonaerense. Existe un servicio similar, también con locomotora, llamado comúnmente el provincial y que, justamente, lleva a los pueblos del interior de la provincia. Un último servicio diferencial, que solo realiza paradas en ciertas estaciones como Castelar o Ramos Mejía (hasta hace poco tiempo llegaba a Puerto Madero, actualmente termina en Once), transita las vías del Sarmiento.

Lo primero que se piensa acerca del ferrocarril, la primera imagen que se tiene, es la unión entre dos puntos, un A y un B. Un viaje lineal, un recorrido, una rutina y una secuencia aplicada a cada caso particular, a cada individuo que debe viajar o a cada mercancía que deba ser transportada. Esta visión es lo primero que hay que desmontar para poder ver qué pasa en el ferrocarril: quiénes transitan y conviven en y por su recorrido, por qué, en qué condiciones, que costumbres tienen. Este es el primer recorte que haremos, la primer perspectiva que cambiaremos. Sí, el ferrocarril une A y B, pero se asemeja más a un antiguo cruce de caminos, a una zona más que a una línea, a un territorio atravesado por las vidas de innumerables personas completamente distintas cuyo único punto en común es ese paréntesis en el que ingresan cuando entran en contacto con el ferrocarril.

Para olvidar esta forma lineal de pensar el tren, el observador debe perderse en él. Así como es perderse en un mercado, en un espectáculo o en un lugar amplio, dónde ya no se tiene la certeza de dónde se encuentra la entrada (punto A) y la/s salida/s (punto B), así se debe deambular por el recorrido del ferrocarril. Lo ideal es ir y venir entre estaciones centrales o con la posibilidad de ir hacia atrás en el recorrido desde el mismo andén, llamados comúnmente andenes isla (se ahorrará sacar un nuevo pasaje al no tener que salir de la estación). Aquellos que viajan regularmente tienden a pensar el trayecto como un viaje de Once hacia Moreno o viceversa. El observador que debe perderse podría ir de Once a Merlo, luego volver a Liniers, de allí a Moreno y de allí a Castelar. Debe realizar este tipo de viajes durante un buen rato, hasta que, aunque solo sea una sensación, pierda esas ansias de llegar, esa idea de proximidad a puntos cercanos o lejanos. Una vez rota o adormecida esta sensación, la línea se vuelve un circulo, y luego, un territorio. A partir de allí, se puede comenzar a observar todo de otra forma.

Se puede catalogar a las personas relacionadas con el ferrocarril en tres grandes grupos: los que viajan en él, los que viven de él y los que lo hacen. Cada uno de estos grupos juega un papel específico, tiene sus particularidades y se relaciona de distinta forma con los otros. Mencionaremos algunos aspectos de cada grupo que resulten característicos y nos ayuden a tener una visión más colorida del cuadro.

Los que viajan en el ferrocarril son todas aquellas personas que utilizan este medio de transporte para dirigirse hacia su trabajo, escuela, universidad, etc. Las características y usos y costumbres de estas personas no difieren mucho de las que utilizan el resto de los transportes públicos, por lo que no nos detendremos demasiado en ellas, salvo en ciertas particularidades propias del ferrocarril.

Especial atención merecen aquellos que desisten de viajar en cualquier parte del tren y prefieren el furgón. En este vagón (carente de asientos para dejar espacio a aquellos que viajan con bicicletas) se generan costumbres que no se reproducen en otras partes del tren. Originariamente pensado para que viajaran aquellos que tienen bicicletas, el furgón se convirtió en un lugar que agrupa distinta gente donde solo algunos (incluso diría que una minoría) tienen bicicletas. Distinta gente que comparte una forma de viajar dictada por ese lugar específico dentro del tren, con ciertas costumbres y rituales específicos en común.

En primer lugar, se fuma. Existe un acuerdo tácito de que en el furgón se puede fumar. No solo eso, sino que todos aquellos que fuman van al furgón. O dicho de otro modo, al furgón se va a fumar. Un segundo acuerdo que existe es que allí se bebe cerveza. No es que en otras partes del tren no se venda, simplemente es raro ver a alguien tomando cerveza en otra parte del tren. En el furgón, se bebe tranquilamente. Existe un tercer acuerdo: allí se fuma marihuana. Salvo alguna súbita detención por parte de algún policía de la brigada (es decir, de civil), la actividad queda impune. También es posible ver muy a menudo, rondas de pasajeros jugando, parados, al truco. Una ronda de espectadores, cerveza en mano, los rodea. Algunas personas miran el paisaje, apoyadas en los bordes de las ventanas sin vidrio. Otras, sentadas en el suelo sobre un papel de diario para no ensuciarse (se suele utilizar La Razón, periódico gratuito que se reparte en algunas estaciones) leen un libro o escuchan música en su Mp3. El ambiente comienza a configurarse de forma que se acerca cada vez más al de un bar. Y en los bares, existe cierta camaradería. Se sabe que si el tren arranca y se ve llegar a alguien corriendo por el andén, aquellos que están cerca de las puertas, deben trabarla con el pie antes de que cierre automáticamente para que el pasajero apresurado tenga la opción de pegar el salto hacia adentro del vagón en movimiento. Se sabe que aquél que tiene bicicleta, tiene prioridad para ubicarse (aunque el tren venga muy lleno), y colgarla de unos ganchos que existen a tal efecto; al fin de cuentas para eso existe el furgón. El furgón es asiduamente visitado por muchos de los músicos que tocan arriba del tren. El público es allí bastante más cálido y acogedor que en el resto de la formación. Se suele ovacionar a los artistas, cantar con ellos las canciones, brindar a su salud. Es, también, uno de los públicos que más monedas pone dentro de la gorra que circula al final de cada actuación. Como todo bar, el ambiente también cambia con la caída de la noche, y también influye si es un día laboral o el fin de semana. Distintas caras, distintas ropas, distintos rituales.

Otra división separa a aquellos que toman el servicio común y los que toman el diferencial. Durante las horas pico, el servicio común literalmente desborda de gente. Las puertas no logran cerrar, y por cada una de ellas, 2 o 3 personas viajan con medio cuerpo afuera del tren. Es imponente el contraste que se genera en ciertos momentos de las horas pico de la tarde, entre las 18 y las 20 horas. Andenes que rebalsan de gente que espera un tren que, sabe, desbordará de más gente. Gente que hace quizás media hora o más que espera poder subir a un tren que la lleve a su casa. Gente que quizás todavía tenga media hora más arriba de ese tren cargado de personas, donde falta el aire, para luego tomarse un colectivo hasta su casa. Gente cansada de un largo día de trabajo. De pronto, como rompiendo la monotonía que producen las demoras en el servicio, aparece el diferencial, conocido por los ferroviarios como el pitufo, en memoria de la criatura fantástica de los dibujos animados (es un tren más chico y es azul). Más pequeño, menos asientos, gente sentada y cómoda; pasa lo suficientemente veloz para parecer rápido frente a las demoras del resto del servicio, pero lo suficientemente lento para que los que esperan en el andén puedan verlo y ver a quienes viajan en él. Todos miran. Y muchos de los que viajan en el pitufo miran a los del andén, que esperan. Todos se miran entre sí, a la cara. Unos en movimiento, cómodamente, hacia adelante. Otros detenidos en el espacio y en el tiempo.