David y Mariano
Mariano era de Avellaneda, al sur de Buenos Aires, con sus apenas veintipico de años. Se crió en aquél barrio de fábricas cerradas, galpones abandonados y calles silenciosas, junto a las vías del ferrocarril Roca. Todos los días veía pasar el tren, cargado de gente que iba al trabajo, desde el sur de la provincia de Buenos Aires, hacía la capital.
En uno de esos trenes que veía pasar Mariano, viajaba David, que también era de zona sur. No llegaba a los treinta años. Hacía el mismo recorrido todos los días, hasta Constitución, y luego el subte hacia Once. David era ferroviario y trabajaba en la línea Sarmiento. Su abuelo había sido ferroviario, y también lo eran su padre y su hermano mayor.
En Avellaneda, Mariano repartía el tiempo entre sus hermanos, el trabajo, los estudios y su militancia, aunque en el último tiempo era más militancia que otra cosa: andaba desocupado. David se dividía entre el trabajo y su familia: tenía dos hijos pequeños a los que adoraba. Siempre que podía, nos mostraba las fotos y los videos de ellos que guardaba en su celular. Un par de veces, los llevó a conocer el lugar donde trabajaba su papá.
A los dos les gustaba la música. Mariano había incursionado en algunos proyectos y planeaba ingresar a alguna de las escuelas artísticas de Avellaneda. David había colgado la guitarra eléctrica hacía rato, entre el trabajo y la casa, no quedaba mucho tiempo para practicar. Pero cada tanto la miraba colgar de la pared, como para verificar que no se la hubieran vendido en algún descuido.
Mariano llevaba una década participando de asambleas estudiantiles, barriales, plenarios, reuniones, volanteadas, pintadas y campañas electorales. Había participado, incluso, de ocupaciones de fábricas. Es que de eso se trataba su militancia, de los trabajadores. David hacía ya algunos años que estaba en el ferrocarril, pero apenas había empezado a ir a las asambleas, a discutir, a preguntar que pasaba con tal o cual cosa. Era de esos tipos callados, muy tímidos, de los que escuchan mucho y hablan poco. De los que paran cuando hay que parar.
Para poder llevar adelante las actividades de su militancia, de su Partido, Mariano colaboraba con dinero de su bolsillo. A veces era más, a veces menos, según como viniera la mano. Con ese dinero se sostenían las publicaciones, la pintura, los carteles, lo que hiciera falta. Todos los meses, por recibo de sueldo, a David le descontaban una parte del salario para su sindicato, la Unión Ferroviaria. Con ese dinero, se financiaba el funcionamiento del gremio, su obra social, ciertas actividades deportivas y, cuando hacía falta, se contrataban sicarios para que le metieran un tiro a los que molestaran, como Mariano. Como ocurrió aquél 19 de octubre.
Mariano había estado apoyando la lucha de unos trabajadores tercerizados despedidos del ferrocarril, que reclamaban su reincorporación y su pase a planta permanente, una especie de status que tienen algunos trabajadores hoy en día, que implica mejor salario, ciertos derechos y algún tipo de representación gremial frente al patrón. Lo que se dice estar bajo convenio, como lo estaba David, su padre y su hermano y como lo había estado su abuelo, en una época cuando todavía los empresarios no habían afinado tanto el lápiz y no habían inventado este nuevo método de explotación encubierta.
Mariano tuvo un velorio multitudinario. Al día siguiente de su asesinato, miles de personas se congregaron en Plaza de Mayo, repudiando el hecho. Nunca se lo hubiera imaginado, eso es seguro. Allí, David tuvo su bautismo: era la primera vez que marchaba a Plaza de Mayo. No había hecho muchas preguntas, solo sabía lo que sabíamos casi todos, que una patota del sindicato había baleado a un pibe que luchaba junto a los tercerizados. En nuestro ferrocarril. Pero la Muerte tiene esa cosa tan peculiar de dividir aguas, de zanjar cuestiones, de poner blanco sobre negro, de hacer evidente quién es quién. Y lo hace con una rapidez asombrosa. Así que cuando nos giramos a ver si David nos acompañaba o dudaba, el tipo ya había mandado a su jefe a la mierda y preguntaba cuándo salíamos.
David nunca conoció a Mariano. Ahora tampoco podrá, personalmente, al menos. Pero a Mariano le hubiera gustado conocer a David, a este David, y saber todo esto.
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