Coleccionistas de sueños
Existen diferentes tipos de coleccionistas. Están aquellos que tienen una o más colecciones de artefactos, sean del valor o del tamaño que sea, por hobby. Otros, por status. Algunos lo hacen para proteger sus colecciones de la mano del hombre que las creó. Para muchos, la colección en sí misma es una cosa más, una unidad, que heredaron y que tiene algún tipo de valor sentimental, por lo que la dejan arriba de una repisa o la atesoran (según el caso) junto a otras pertenencias.
Pero también existen aquellos para quienes las colecciones son otra cosa. No importa el número de elementos que las compongan. No importa la cantidad, ni la calidad, ni el tipo. Ellos simplemente coleccionan. De todo. Estas personas suelen tener un lugar, su sancta santorum, donde dejan reposar allí sus colecciones. Sus objetos. Un lugar donde cada punto en donde se pose la vista automáticamente transporte al dueño a un lugar y un tiempo determinados. A estos coleccionistas no les interesa el objeto, ni completar la colección, sino la conexión que estas encierran con algún fragmento de propia historia. De su vida.
Para estos coleccionistas, no hay lugar mejor que los refugios donde guardan sus colecciones. Suelen estar en sus propias moradas, pues no pueden permanecer mucho tiempo lejos de ellas. No se trata de codicia, o de viejos dragones que protegen su tesoro. Los objetos a su alrededor conforman una red de ventanas, de sensaciones, un tejido que rodea al coleccionista que se siente allí, y solo allí, como si recargara sus baterías. Un lugar donde diferentes tiempos, lugares y personas fluyen a través de él. Donde construye, a partir de retazos de otras realidades, su realidad.
Estos coleccionistas son, inevitablemente, personas que han viajado o vivido mucho. O ambas cosas, que hasta cierto punto podrían ser la misma. La casa de Pablo Neruda en Isla Negra, Chile, esta íntegramente construida con colecciones. Poco o nada en aquella casa, sea mueble, vajilla o adorno, está librada al azar de una compra hecha en algún bazar o una simple adquisición por catálogo. Botellas, cajitas, mariposas, latitas, piedras. Por todos lados abundan las colecciones. En cada rincón de aquella casa construida a semejanza de un barco (con pasillos estrechos, techos bajos y cuartos donde uno menos se lo espera) es posible toparse con alguna colección de algo u objeto extraño. Lo que sea.
Hay un globo terráqueo traído de no se sabe dónde por el escritor, en uno de sus viajes como diplomático del gobierno de Allende. Aún puede verse un corte en el costado, a la altura del Atlántico sur, donde un guardia de aduana impiadoso buscó infructuosamente algún documento secreto del Kremlin frente a un Neruda furioso de que le arruinaran de esa manera su recuerdo. Puede verse una mesa construida con una rueda de carreta, regalo de unos mineros del norte de Chile, de esos que quedan atrapados y se mueren, sin tanto barullo, ni flashes, ni nada. De esos mineros también son, las piedras que forman su chimenea. Una silla, regalo del mar, léase: una silla que Neruda se encontró una mañana caminando por la playa. Todo tiene una historia, una identidad, rostros que hicieron que llegara hasta allí.
Neruda coleccionaba, además, mascarones de barco. Entre los que tenía, dicen, su preferida era la Llorona. La tenía junto a una ventana, mirando el mar. En invierno, la diferencia de temperatura y humedad hacía que en sus ojos de cristal se formaran gotas de agua. Eso era lo que los amigos del escritor intentaban hacerle entender. El los escuchaba con interés y hasta comprensión, asentía con solemnidad, para luego explicarles que el era poeta, no científico, y que podían tomar su explicación materialista y guardársela en el bolsillo. En su mundo, la Llorona veía triste el mar, sobre el cual ya no cabalgaba.
Hace algunos años, un gran narrador de historias llamado Neil Gaiman creó el personaje de Sandman, el dios Sueño. Su reino está construido con todo aquello que fue soñado alguna vez, en algún lugar, por alguien. Cada persona, moldea, en sus sueños, la materia onírica y da forma a personajes, lugares, objetos, lanzándolos a las tierras de ensueño del dios. Allí, él los toma para dar forma a su biblioteca, a su castillo, a sus muebles. Su reino también es habitado por personajes soñados, unas veces simples y sencillos, otras veces fantásticos y estrafalarios. El universo de este dios está construido a partir de los sueños de infinitas vidas. Por eso, su poder es infinito.
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