miércoles, 8 de diciembre de 2010

Ensayo TEO

El fuego y los calibanes

Siempre existe una tierra más allá. Un lugar lejano y desconocido de donde proviene aquello que amenaza, nos dicen, la forma de vida que conocemos. Los bárbaros, los caníbales, las hordas. Los otros. Puede ser un lugar tan lejano como las estepas desérticas que rodean el burgo medieval o los suburbios de las metrópolis modernas. Porque el tiempo no importa, siempre ha habido calibanes que han desafiado a los dueños del fuego.

“Mientras los leones no tengan historiadores, los cuentos seguirán glorificando al cazador”. Pero los cazadores han aprendido que la Historia no puede ser borrada de la memoria de los calibanes. Es tanta la sangre derramada que provoca una inmensa mancha en el imaginario de los pueblos y aquellos que han intentado borrarla como si fuera una mancha de vino sobre un mantel, se han encontrado con que sólo la esparcen más y más. Por eso los dueños del fuego deben reescribir las historias, transformarlas, cubrir la mancha con capas y capas de páginas, palabras, imágenes, hasta que sea difícil encontrar qué hay debajo.

Los dueños del fuego han descubierto que el combustible de los calibanes no se agota y han decidido utilizarlo. Para eso, deben incluso reivindicarlos. Mientras los adelantados avanzaban a sangre y fuego por el continente americano, desde el otro lado del océano, Montaigne descubría que los nativos “guardaban vigorosas y vivas las propiedades y virtudes naturales, que son las verdaderas y útiles”. De no haber estado tan inmerso en sus debates filosóficos y políticos, hubiera podido notar cuán de acuerdo estaban, en la práctica, los colonizadores monárquicos que él cuestionaba: ¿qué otra cosa justifica Potosí, la mayor tumba de la historia de la humanidad, sino la utilidad de aquellos que fueron llevados allí? Las reivindicaciones siempre se hacen desde la seguridad de la lejanía.

José Hernández pintó como nadie la historia de resistencia de los calibanes de las provincias del Río de la Plata. El delito de ser pobre, ser marginal, estar por fuera de todo aquello que es considerado civilizado.

El anda siempre juyendo,


Siempre pobre y perseguido,


No tiene cueva ni nido


Como si juera maldito


Porque el ser gaucho... barajo,


El ser gaucho es un delito.

Eran tiempos en que Sarmiento mandaba a liquidar a toda aquella barbarie que amenazaba su civilización. José Hernández no liquidará a Martín Fierro, pero a su regreso, lo mandará a trabajar. Y el gaucho dejará su montura y su libertad por un jornal. Aprenderá que agachar la cabeza es loable y que ser útil es un deber. Las jineteadas y la resistencia quedarán para las canciones y los cuentos.

Pero cuando el gaucho pensaba que su capítulo en la Historia había terminado, los dueños del fuego lo volverán a convocar de la fosa donde lo habían echado, sin siquiera una cruz que lo marque. Nuevos calibanes se acercan, esta vez por mar, desde el Viejo Mundo. Acratas, les dirán, sin Patria ni Dios. Anarquistas se dirán ellos, y disputarán a los dueños del fuego su reinado, su cultura y su historia. Y los dueños del fuego acudirán a las historias del gaucho, ya muerto, reclutado o trabajando, y las convertirán en su Historia. Al menos ellos eran cristianos. Y con imágenes de lanzas, jinetes y banderas en los libros y metralla en las ciudades y en la Patagonia, aplastarán a los nuevos bárbaros de allende los mares.

Hoy se reivindica a los calibanes de hace algunas décadas. Los dueños del fuego intentan hacer suya la historia de aquellos que los combatieron, de aquellos a los que exterminaron. Como los indígenas, como los gauchos, como los ácratas: ya no tienen voz. Probablemente dirían algo distinto a lo que se les adjudica, nos interpelarían de otra manera. Probablemente cuestionarían esta civilización, la pondrían en peligro. Aún así se los reivindica, para calmar a los calibanes de hoy. Para enfrentar a los calibanes de mañana.

Pero la mancha se filtra por las capas de páginas, palabras e imágenes que le han puesto encima los dueños del fuego. Son muchas las manchas y demasiada la sangre, y los calibanes se nutren de ella, son cada vez más y cada vez más peligrosos. Los dueños del fuego lo saben y tiemblan. Pero sobre todo, lo hacen porque todos los calibanes, los de los caballos, los de los barcos, los que ya no tienen voz, entienden, cada vez más, que forman parte de la misma historia. De una Historia que pueden escribir. Y quieren el fuego.

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