lunes, 9 de agosto de 2010

Proyecto narrativo - Fragmento 4, Toma 1

Agosto de 1977

Contemplaba la estación de tren desde un banco de cemento en el medio del hall central. Trató de no preocuparse por aquella cara sospechosa, una pareja que parecía que lo miraba, aquél señor que hacía que leía el diario. ¿Todos andaban en lo mismo o ya se estaba volviendo paranoico? Nadie se lo habría echado nada en cara, de ser así. Cómo si no tuviera suficientes razones. En el último año, Juan había dormido en más lugares de los que podía recordar, cuando dormía. Se había cambiado más veces de ropa que en toda su vida. Pero no alcanzaba, nunca alcanzaba.

Esta vez había sido peor que todas las anteriores, juntas. Era como una humedad amarga, una niebla, que se metía por todos lados, por los poros, los ojos, la boca. Era opresiva. No dejaba pensar, inmovilizaba. Y la gente se iba esfumando, perdiendo, en esa mugre que impregnaba todo y a todos. Juan estaba acostumbrado a ciertas cosas, o eso creía. Pero se dio cuenta que esta vez era distinto. Alguien había decidido saltarse ciertas formalidades y estaba arrancando las páginas del libro. Capítulos enteros, decididamente.

Había sentido las palabras del Tucu como un cross a la mandíbula. Lo había telefoneado, esperando confirmar algo que sabía que no hacía falta pedir. Era un trámite, una formalidad. En Tafí Viejo iba a poder esconderse un tiempo. Tenía conocidos en los talleres tucumanos, los más grandes del noroeste. Siempre iba a correr con ventaja si se movía en tren, a pesar de todo. Siempre iba a estar más seguro entre ferroviarios, a pesar de todo. Pero el Tucu se había encargado de dejarlo tumbado en aquél banco, literalmente desmoronado.

- Juan, se llevaron a más de 50 personas acá. Solo en Tafí. Veintipico eran compañeros. Se los llevaron, nadie sabe dónde están. Entendelo, Juan. No podes venir. No podes venir.

El tucumano era una de las personas más sencillamente alegres que Juan había conocido en su vida. Era, simplemente, incapaz de ciertas complejidades propias de espíritus más retorcidos. Hasta sus penas, dolores y enojos eran sencillos: sencilla era la manera de sentirlos, y también de expresarlos. Pero esta vez era distinto, había terror en su voz. Juan sintió como si lo hubiera tomado del cuello y lo hubiera asomado del otro lado de la línea, sobre aquél abismo de muerte.

Se acercó a la boletería y preguntó cuando salía un tren para el sur. Hacía casi veinte años que trabajaba en el ferrocarril y por primera vez iba a comprar un pasaje, el de su huída. Cuando lo tuvo entre sus manos, lo miró un rato, sin saber muy bien qué hacer con él. Se sentó a esperar el tren, con la valija entre las piernas. Quiso fumar pero no pudo.

Una hora después, anunciaron la partida del tren que lo sacaría de la historia.

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